VUELVA USTED MAÑANA

VUELVA USTED MAÑANA
Luis Boullosa (Madrid, 1975) es escritor, periodista y músico. Ha colaborado con medios diversos como Ruta 66, El Confidencial, eldiario.es o Fiat Lux, y dirige la revista musical Karate Press. Es autor de los ensayos culturales "El puño y la letra" (2013) y "Santos y francotiradores" (2016), ambos publicados por 66RPM Edicions, en los que analiza la relación entre literatura y música en el mundo anglosajón y español. Contacto: luisboullosam@gmail.com. Twitter: @LuisBoullosa Foto: Alberto R. Roldán.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Kniébolo y el perro herido - Número y moral



La gente dice “lo normal” y piensa en “lo bueno”, lo “moralmente adecuado”, aquello que te permite estar en paz contigo mismo de acuerdo con una ley superior a ti. Piensa en eso, pero en realidad se refiere a otra cosa. Se refiere a la seguridad y la comodidad de no distinguirse jamás, a cualquier precio.

La discusión es: ¿de dónde sale la ley moral? ¿Está inserta en nosotros o bien, como nuestro supuesto poder democrático, “emana del pueblo”?

Pongamos la siguiente situación. Nos encontramos un perro abandonado mientras caminamos por una calle de un pueblo desconocido. Está herido, cojea y parece perdido y confuso, a punto de ser atropellado por los coches que pasan, indiferentes. Tres de las infinitas opciones   serían:

1- Recogerlo, llevarlo a nuestra casa y cuidarlo. 

2- Pasar de largo. 

3- Recogerlo, llevarlo a nuestra casa, torturarlo y matarlo.

Según la concepción imperante, que considera que el concepto de normalidad “emana del pueblo”, “lo normal” es aquello que es más común numéricamente. En este caso, pues, sería, probablemente, pasar de largo. Sin embargo ese comportamiento es sólo el más común en este momento, lugar y situación social. Un cambio de paradigma podría hacer que lo más común fuese recogerlo y cuidarlo, pero también que lo más común fuese recogerlo, torturarlo y matarlo. En cualquiera de los tres casos, la actuación, amparada por el mayor número, sería considerada como “lo normal” y tendría carta blanca y refrendo social. Y se seguiría a rajatabla. Se argumentará que torturar y matar a un perro nunca podrá llegar a ser considerado lo bueno de manera colectiva, pero no veo por qué no iba a suceder con los perros si ha sucedido en numerosas ocasiones con los hombres, o con “tipos determinados” de seres humanos.

Según la concepción, en cambio, que considera que lo normal es “infligir el menor daño posible a cualquier criatura”, lo normal sería recogerlo y cuidarlo. No habría variación al respecto, por muchos cambios sociales que se dieran: el menor daño posible seguiría guiando a la misma respuesta: abandonarlo a su suerte en medio de la carretera o torturarlo y matarlo siempre serían peores opciones a ese respecto, excepto, quizá, si partiésemos de un nihilismo de raíz que considerase que morir es siempre mejor que vivir. En todo caso, fuese cual fuese la postura, esta permanecería fija en el hombre que la toma, independientemente de lo que su sociedad juzgase justo o injusto, aceptable o no.

Por supuesto esa actuación en conciencia no siempre tendría el refrendo de la masa social, que muy bien podría opinar coyunturalmente de otra manera. Uno podría acabar en la cárcel por socorrer a un perro cuando la costumbre o el “momento”  dijesen que lo correcto era torturarlo y matarlo. Incluso podría ser acusado de colaboracionista por pasar de largo.

Una moral que se asocia al concepto de lo que es “normal” y que asocia esa normalidad al número está condenada irremediablemente a una fluctuación aberrante y, en última instancia, al crimen.

Una moral que se asocia al concepto de lo que es “normal” y que asocia esa normalidad al número es sólo un disfraz de la comodidad y la cobardía social que pretende estar siempre con Goliath y su pandilla, los viejos abusones del patio, y que acaba, por omisión, convirtiendo esa pandilla en un ejército.

Son los condescendientes, los moralistas de la normalidad, también, los que en ese ejército adoptan los papeles más infamantes, los administradores, los funcionarios y los leguleyos, los Eichmann y compañía que ni siquiera han tenido nunca el coraje de amparar su crimen poniendo su vida por delante. ¿Es justificable su cobardía de contable? Creo que no. Si no hubiesen matado o dejado morir al primer perro, nunca hubiese acabado detrás de su siniestro mostrador. Si no hubiesen permitido, colaborando con ella, una moral del número, quizá ese mostrador jamás hubiese existido.

Curiosamente, Goliath, el ídolo de barro al que adoran bajo diversas formas, no comparte exactamente su “moral del número”, simplemente la utiliza. Un Kniébolo, digamos, poseía su ley moral a despecho de la masa, pero sabía que construida una dinámica de fuerza y grupo, la oveja se une sin chistar, y que la oveja es legión. Por supuesto su ley moral era una aberración y un cáncer, pero desde luego no acataba a la masa, sino que la usaba.

Sin esa moralidad de “lo normal numérico” y del miedo sistemático a la violencia y al problema, por pequeño que sea, Kniébolo no hubiese sido más que un pervertido solitario. Quizá hubiese torturado y matado al perro en secreto. Quizá hubiese sido un serial-killer de villorrio austríaco.

Nos hubiésemos ahorrado un puñado de millones de muertos.

O quizá otros hubiesen perpetrado su “papel”.

Todo son preguntas.

De hecho, reviso esto que he escrito y me digo que la frase “no acataba a la masa, sino que la usaba” podría estar del todo equivocada; que quizá Goliath/Kniébolo acataba en realidad un deseo subyacente y general de la masa, que execra todo aquello que considera marginal e indigno de su propio y pacato orden, de la misma manera que la mujer que tengo al lado en el café alarga cinco céntimos a la gitana, refunfuñando, harta de esa vida “tan fácil” de los pobres de solemnidad. Entre ella y el estado totalitario puro hay un paso. El breve pasito de alguien loco, comprometido hasta el fin, inteligente y manipulador.

Todo son preguntas, sí, y supongo que están contestadas en los manuales básicos de filosofía cuyo contenido recuerdo ya muy desvaído. En todo caso, fijar la propia visión a despecho de lo que digan los demás me parece siempre un buen punto de arranque para responder. Alude, creo, a una ley divina autoinstaurada, es decir, a una ley que considera que Dios, inexistente en cualquier otro modo o plano, habita en nosotros en forma de conciencia personal, y que esa conciencia personal no se atiene a ley humana alguna, si no que ES, de hecho, la única ley humana que hay. En mí, su único párrafo infranqueable es ese “haz el menor daño posible”.

Me ha traído innumerables problemas y sinsabores intentar seguirla. Os lo puedo demostrar.



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