VUELVA USTED MAÑANA

VUELVA USTED MAÑANA
Luis Boullosa (Madrid, 1975) es escritor, periodista y músico. Ha colaborado con medios diversos como Ruta 66, El Confidencial, eldiario.es o Fiat Lux, y dirige la revista musical Karate Press. Es autor de los ensayos culturales "El puño y la letra" (2013) y "Santos y francotiradores" (2016), ambos publicados por 66RPM Edicions, en los que analiza la relación entre literatura y música en el mundo anglosajón y español. Contacto: luisboullosam@gmail.com. Twitter: @LuisBoullosa Foto: Alberto R. Roldán.

jueves, 7 de agosto de 2014

Woolf y Miller. Integridad y límite.



Rondando cualquier discusión sobre el arte y la libertad, en cuanto se rasca un poco, está la pregunta: ¿debo aspirar a vivir de esto? Y después: ¿será mi arte mejor si no tengo que deslomarme en otras ocupaciones para ganarme la vida? ¿será peor? Es curioso como los puntos de vista al respecto de genios que entregaron la vida a ese mismo arte libre difieren bastante.

Hace tiempo que entendí que leer no era lo que hace la mayor parte de la gente; que el entretenimiento, como el hallazgo de la belleza, eran sólo regalos benéficos y colaterales de un proceso más complejo, y que, por tanto, los libros ni eran un elemento ocasional ni tampoco algo que hubiese que preservar de los rasguños con furia coleccionista: los libros eran un instrumento (uno más, aunque excepcionalmente útil) de una búsqueda, y por tanto debían usarse a fondo. Lo primero que me sucedió entonces es que, para bien, les perdí el respeto físico: los cuido, pero no me importa subrayar, anotar, doblar páginas o añadir lo que sea preciso. Me resultan incluso más hermosos después del roce continuado con la vida. Desconfío de los libros intactos y de las ediciones de lujo igual que Jesús de los sepulcros blanqueados, según se contaba en aquel libro.

Hoy releo “Sexus” de Henry Miller, y “Una habitación propia” de Virginia Woolf, que son dos de esos volúmenes por los que he pasado mis dedos grasientos muchas veces, pero lo hago en ambos casos de manera transversal, entresacando aquello que ya previamente había anotado, tratando de centrar lo que ellos opinan de este problema del que hablamos.

El libro de Woolf, preclaro en su modestia sólo aparente y en su aguda simplicidad, planteó, entre otras cosas, las dimensiones de un problema que no sólo no ha sido superado sino que se ha extendido: si en su momento, la charla iba a dirigida a las mujeres de principios del XX que luchaban por modificar su papel en la sociedad -tradicionalmente relegado a una velada intrahistoria oral-, leído aquí y ahora parece, en cambio, aludir a una franja amplia de artistas en problemas. Siendo sintéticos: el creador medio en nuestro país es un tipo educado, hijo y miembro de la burguesía media crecientemente empobrecida y que tiene que trabajar en cualquier otra cosa para poder ejercer su oficio artístico en ratos libres o robados al trabajo asalariado. Es decir, ni mucho menos puede dedicarse a “lo suyo” de manera permanente y seria. “Una habitación propia” leído hoy, habla, y mucho, de él.

Resumiré la postura de Woolf en dos citas, aunque recomiendo la lectura del libro completo a quienes no lo conozcan.

Primera: “Elogio y vituperio nada significan. No; por delicioso que sea el pasatiempo de medir, es de todas las ocupaciones la más inútil, y someterse a los decretos de los mensores, la más servil de las actitudes. Escribir lo que uno quiere escribir es lo único que importa, y que eso importe por siglos o por horas, es lo de menos. Pero sacrificar un pelo de la cabeza de su visión, un matiz de su color, para complacer a algún Director con una copa de plata en la mano, o a un profesor con una vara de medir en la manga, es la más abyecta traición, y el sacrificio de la fortuna y de la castidad, que se consideraba el mayor de los desastres humanos, es en comparación una simple picadura de pulga".

Segunda: “Escribir una obra de genio es casi siempre una proeza de prodigiosa dificultad. Todo contradice la posibilidad de que nazca completa en la mente del escritor. Generalmente, las circunstancias materiales están en contra: los perros ladran, la gente interrumpe, hay que hacer dinero; la salud se quebranta. Además, acentuando todas esas dificultades, y haciéndolas más insoportables, está la indiferencia notoria del mundo. El mundo no pide a las personas que escriban poesías y novelsa; no los precisa (…) Y claro, no paga lo que no precisa”.

Se plantean, en esas dos simples frases, la necesidad de la integridad para que la obra de arte lo sea, y los permanentes obstáculos y limitaciones que han de salir al paso de dicha integridad. No debes sacrificar ni un gramo de tu visión, pero todo está en contra de ese empeño, es el mensaje. Lógicamente, la pregunta que resulta es pragmática: Si quiero ser íntegro, ¿cómo debo conseguir el sustento, la comodidad que me permita escribir sin venderme? Sobre esa “comodidad”, cuyo costo cifra Woolf en “una habitación propia y 500 libras al año” ganadas con “el propio ingenio”, orbita ya no la obra, sino esta discusión que hoy nos sigue cercando. Y la palabra comodidad viene a cuento, ya que ella misma habla en otro punto del libro de “el civismo, la genialidad y la dignidad, que son vástagos del lujo, de la intimidad y del espacio” y se pregunta sobre las consecuencias espirituales de la pobreza y de la riqueza.

Menos preocupado por esa discreta vida tranquila de labor se muestra Miller en “Sexus”, uno de esos libros cuya saludable y revolucionaria obscenidad reside menos en la procacidad sexual (que abunda) que en la prodigiosa capacidad de no glorificarse a uno mismo, de verse tal cual, en pelotas frente al espejo del retrete. “Por lo que se refiere a la recompensa”, dice, “estás confundiendo siempre reconocimiento con recompensa. Son dos cosas diferentes. Aunque no te paguen por lo que haces, por lo menos tienes la satisfacción de hacerlo. Es una lástima que insistamos tanto en que se nos pague por nuestros trabajos: en realidad no es necesario, y nadie lo sabe mejor que el artista. La razón por la que lo pasa tan mal es que elige hacer su obra gratuitamente. Olvida, como tú dices, que tiene que vivir. Pero en realidad eso es una bendición. Es mucho mejor estar preocupado con ideas maravillosas que con la próxima comida, o el alquiler, o un par de zapatos nuevos. Naturalmente, cuando llegas al punto en que tienes que comer y no tienes nada que llevarte a la boca, entonces la comida se convierte en una obsesión. Pero la diferencia entre el artista y el individuo corriente es que cuando el artista consigue efectivamente una comida, vuelve inmediatamente a su mundo ilimitado, y mientras se encuentra en ese mundo es un rey, mientras que tu estúpido hombre medio es una simple estación de servicio sin nada en los intervalos más que polvo y humo”.

La mayor parte de los creadores indecisos que conozco tienen un tercer problema: internamente, no desean afrontar ninguno de los dos escenarios. No quieren comerse el tarro pensando como tener una vida decentita mientras escriben, ni están dispuestos a afrontar ese arte por el arte que rechaza recompensa alguna, esa bohemia purista que exige ser también un artista del sablazo, como Miller fue a buen seguro durante muchos años. Es decir, la mayor parte de los creadores indecisos no desean el vagabundeo intelectual ni la forzosa pequeña burguesía de las letras, sino que habitan un perezoso e imperdonable tercer punto, opuesto a los de Miller y Woolf, un tercer y deplorable vértice del triángulo: están dispuestos a convertir su visión en un ‘hobby’ de fin de semana que luego irá siendo sepultado por otros. Es decir, no son artistas en absoluto.

A menudo estos defensores encubiertos del ‘hobby’ esgrimen el fino contra-argumento que afirma que si pudiesen vivir de un oficio artístico, probablemente serían mucho más esclavos y más infelices, pues de un modo u otro tendrían que prostituir su arte, o al menos una parte de ella en pos del vil metal. Está bien recordarles las palabras de Zappa: “No veo ninguna razón por la que un artista deba morirse de hambre el resto de su vida. No veo nada deshonroso en hacer dinero haciendo algo que te gusta hacer. No creo que yo, o cualquier otro en un campo creativo, debiera verse forzado a trabajar en una gasolinera durante el día para poder hacer lo suyo de noche para una audiencia limitada”. 

En todo caso, esa es otra discusión, que implica tratar de deslindar “arte” de “oficio”, y ver también qué tienen en común.

Otro día será, pues los perros ladran, como decía la Woolf, y mi vecino ha decidido escuchar bachata a todo trapo, rompiendo el frágil encanto de esta tarde anglófila.

Salud, pues. Y hasta mañana.


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