VUELVA USTED MAÑANA

VUELVA USTED MAÑANA
Luis Boullosa (Madrid, 1975) es escritor, periodista y músico. Ha colaborado con medios diversos como Ruta 66, El Confidencial, eldiario.es o Fiat Lux, y dirige la revista musical Karate Press. Es autor de los ensayos culturales "El puño y la letra" (2013) y "Santos y francotiradores" (2016), ambos publicados por 66RPM Edicions, en los que analiza la relación entre literatura y música en el mundo anglosajón y español. Contacto: luisboullosam@gmail.com. Twitter: @LuisBoullosa Foto: Alberto R. Roldán.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Los Cuantos - Cachorros subterráneos con médula de perro viejo



Uno de los casos más injustos que conozco de banda a la que no se hizo puto caso pese a ser enorme son LOS CUANTOS. Nacidos en Madrid en 2011, la formación misma era un seguro de que algo interesante se cocía, con Julen palacios (Malas Lenguas, La Familia Atávica) y el siempre excelente Javier Colis a las guitarras, Gloria March en los teclados, Adrián Ceballos (Rip KC, Malas lenguas) en la batería y Kim Warsen (Ginferno) como frontman.

A la carrera, sin respirar, grabaron en Montpellier su primer disco, “Love Love Love”, una factoría de hits oscuros pero radiables (en un mundo donde existiesen de verdad las radios musicales). Empapado de Tom Waits y Nick Cave en lo vocal, subterráneamente experimental en las tripas, cromado en la superficie, expresionista, fiero, tenaz, preclaro, aquel artefacto tenía exactamente todo lo que uno le pide al Rock&Roll: los estribillos, la fibra, el empuje, el fulgor y la confesión.

Cachorros subterráneos con médula de perro viejo, músicos casi todos en momento de madurez, lo que trasladaron al directo después de la grabación era portentoso, a despecho del tugurio en que les tocase hacer el pase. Yo les vi merendarse a Kid Congo y sus Pink Monkey Birds, para quienes abrían en la Nasti, sin mudar el gesto. Eran una banda de esas a la que no quieres de telonero ni borracho, y apuntaban con brutal seguridad a lo perfecto con aristas; al calambre controlado a distancia, pero natural; a esa gracia montaraz que uno le exige a los mejores y que sólo tienen los mejores, en efecto. Desbocados en el frente, con Warsen de rey lagarto posmoderno, anclados con absoluta seguridad en la retaguardia ritmica, en su núcleo, después de años en trabajo común en las Malas Lenguas, las guitarras de Colis y palacios, maestro y discípulo, brillaban, imbricadas entre sí con serpentina elegancia, creando un humus eléctrico sobre el que se eleva una fronda abigarrada y frutal que echaba chispas.

Sí, aquello echaba chispas.

Hubo algo de ruido en torno a ellos en los subterráneos, pero no fue suficiente, al parecer. Algo menos de dos años después salía el segundo trabajo, “Pechblenda” y, aunque parezca imposible, nadie lo editó. Ocupados en sabe dios qué naderías, en sabe dios qué mediocridades, los sellos de este país miraron hacia otro lado como el perro de la foto. Y digo que es incomprensible porque era otro disco soberbio. Más neumático, más  flotante y atmosférico en el arranque, algo más jazzy y lejanamente Kraut después, percusivo, elegante, más abstracto, si no superaba al primero en temas, lo igualaba por redondez y opiácea profundidad. Por otro lado, sin embargo, no me extraña nada la condena al ostracismo. Nunca hay que desdeñar la capacidad de este país para despreciar e ignorar el talento. Somos expertos en eso. Es lo nuestro.

Todas las virtudes que Madrid ha cultivado en los subterráneos durante décadas de bandas arriesgadas, inimitables, puras, estaban para mí en esos discos, condensadas y sintetizadas para escucha de cualquier mortal con sangre en las venas, aunque aún no plenamente desarrolladas: la elegancia oscura, la radicalidad de nervio no wave, el cubismo experimental, el blues siniestro más de espíritu que de forma. Todo ello estaba allí, diluido en la copa de vino, formulado con la naturalidad Rock&Roll del hijo pródigo que se juega lo que le queda a un último naipe brillante, antes de regresar a casa. Para no regresar a casa, en realidad.

Fueron, para mí, el estallido final del coágulo en la vena cava del rock madrileño más original y libre, esa que viene, caudal, desde aquel tiempo en que el mismo Colis sentó la primera piedra del canon con Demonios tus Ojos y otras barrabasadas suicidas. Para desgracia de todos, fue un estallido silencioso, en el centro mismo de una galaxia de indeferencia; una galaxia a cuyos habitantes se les llena la boca con palabras como “autenticidad”, pero que no son capaces de descubrir esa autenticidad cuando la tiene delante del morro. O quizá no quieren.

Los pongo, en mi mente,  junto a los Gallon Drunk, por ese cultivo del callejón en el que tangencialmente se tocan el rock standard y el malditismo elegante, ese vértice, esa rompiente. También junto a los Dim Stars de Richard Hell, otra superbanda de las calles poco iluminadas y los sótanos que duro apenas un suspiro y con la que comparten algunas influencias.

¿Hubo algo más que provocase un final tan sordo? No lo sé. Todos los implicados tenían otros proyectos al mismo tiempo, y además las dinámicas internas de una banda de músicos mayúsculos a la que no se hace caso son siempre complicadas, es de suponer.

Ahora queda peregrinar a un bandcamp más, en medio del hiperespacio.

Queda la música, a secas.

Escúchenla a buen volumen, háganse el  favor.

Por un momento, fueron la mejor banda de rock de este país.






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